Tras recorrer las tumbas de los faraones más famosos, tocaba visitar dos estructuras impresionantes y muy bien conservadas en el otro lado del río, el templo de Lúxor y el templo de Karnak, ambos conectados por un camino de 300 esfinges.
Como dato curioso, los templos egipcios solían encontrarse en el lado oriental del Nilo, pueso que es el lado por el que sale el sol, mientras que las tumbas, como el Valle de los Reyes, solían construirse en la otra orilla, pues es donde se oculta el sol.
Comenzamos con el templo de Lúxor, dedicado al dios Amón-Ra y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO e impulsado por dos faraones: el conocido Ramsés II (que se encargó de la construcción de la parte exterior del templo y Amenhotep III (que construyó la interior).
Nada más llegar puedes ver un gran obelisco junto a cuatro colosos de Ramsés II, la estampa ya es de por sí impresionante, pero por dentro, no se queda atrás. El obelisco que falta flanqueando el otro lado de la entrada fue regalado por Mohammed Ali a Francia y está en la conocida plaza de la Concordia.
El templo de Lúxor cuenta con 260 metros de largo y 74 columnas, además de muchísimas salas que actuaban de santuarios.
A la salida, puedes ver el camino de las esfinges de unos 3 kilómetros que te llevará hacia el otro templo de la zona, el más grande de Egipto, el templo de Karnak. Para que te hagas una idea, están bastante cerca.
Nos encontramos en Karnak, en el templo más importante del antiguo Egipto dedicado a Amón. Cuenta con más de 30 hectáreas y tardó casi 2.000 años en construirse, donde participaron numerosos faraones como Ramsés II, la ya conocida Hatshepsut o Tutmosis I. Para que os situéis un poco con los dioses, Ra es el dios del sol, el cual se fusiona con el dios nacional de Tebas, que era Amón, creándose Amón-Ra.
El templo cuenta con tres obeliscos dedicados a Tutmosis III, Tutmosis I y a Hatshepsut. Este último es el más grande del país, con unos 30 metros de altura y más de 300 toneladas. Además, el templo es tan grande que se puede dividir en varias zonas, el gran templo de Amón, el recinto de Montu (dios solar representado con la cabeza de halcón y el disco solar), el recinto de Mut (mujer de Amón-Ra), el templo de Ptah (creador de la mitología egipcia), templo de Jonsu (relacionado con la medicina) y el templo de Opet.
Pero sin duda, en mi opinión, la parte más espectacular de este gran templo, es la sala hipóstila, con 134 columnas llenas de jeroglíficos de más de 20 metros de altura. Algunas incluso conservan sus colores originales. Aquí puedes sacar fotos espectaculares y la atmósfera es mágica.
Además, otro lugar curioso es donde hay un escarabajo sagrado, donde tienes que dar 7 vueltas a su alrededor, para tener buena suerte. Obviamente dimos las 7 vueltas completas, aunque me sentí un poco ridícula, pues los locales que se encontraban allí no podían parar de reírse. A sabes si es una verdadera tradición o simplemente es una invención para los turistas. En cualquier caso, no estaba de más darlas, por si acaso.
Tras terminar la visita a los dos templos, regresamos a la motonave al mediodía, justo a tiempo para el almuerzo. La mañana había sido muy intensa y arrastrábamos cansancio del viaje, por lo que teníamos el resto del día libre para descansar en el barco.
Yo subí a la parte superior para tomar un poco el sol, hacía fresquillo para bañarme en la piscina, pero había algo en el paisaje que me chocaba muchísimo, y es que, si mirabas a la derecha del Nilo, encontrabas muchísimos árboles y una estampa verde llena de vida, mientras que, si mirabas a la izquierda, se imponían los tonos marrones y amarillos, un desierto silencioso y desolador.
El sol se escondía entre la vegetación y nuestro primer día en la tierra de los faraones llegaba a su fin, mientras navegábamos por las aguas del Nilo hacia nuestra siguiente parada, Edfú.