Y llegó, a nuestro pesar, nuestro último día en Cantabria, ¿Por qué todo lo bueno se termina pronto? La verdad que nos dio mucha pena irnos pero bueno os empezaré a contar primero nuestro plan del último día por el norte ¿Nos vamos a Santander?
Teníamos claro que después de varios días turísticos por diferentes pueblos, queríamos relajarnos un poco así que decidimos pasar la mañana en la playa de Santa Justa. Si os acordáis, al principio de esta aventura, ya fuimos a verla por la ermita tan característica y curiosa que tenía.
Nos pareció la mejor playa, ya que en tiempos de COVID queríamos que fuese algo pequeña, alejada y evitar así las aglomeraciones. Hasta aquí todo normal y coherente, ¿cierto? Pues bien, he de confesaros que a primera hora de la mañana no tuvimos a nadie pero a medida que se acercaba el mediodía apareció bastante más gente. Por suerte, a nosotros nos pilló poco tiempo porque al rato nos fuimos de allí para ir a comer al centro de Suances.
Pese a la gente, he de decir que la playa era maravillosa aunque ese día el agua estaba un poco revuelta y resacosa debido a la marea alta que había. Pero, a pesar de ello, pudimos disfrutarlo igualmente ya que nos íbamos metiendo por los laterales de la playa desde donde se estaba más tranquilo. Y por fin nos pudimos refrescar y probar el agua del mar Cantábrico que no estaba tan fría como pensábamos.
Una vez terminada nuestra mañana playera nos dispusimos a ir al centro de Suances a comer y para nuestra sorpresa. Justo al lado donde aparcamos, se encontraban dos vacas pastando así que fuimos a verlas más de cerca. Yo intenté hacerme una foto con ellas de fondo y he de decir que ellas salieron mejor que yo en dicha foto…
Por la tarde nos arreglamos y nos fuimos a ver Santander, la última ciudad que dejamos para el final y de la que no queríamos irnos sin verla. La verdad es que Santander nos gustó pero también esperábamos mucho más, si os soy sincera.
Las calles, el ambiente norteño que se respiraba , los edificios junto a sus fachadas y la gente en general fueron maravillosas pero eso sí, el aparcamiento fue lo que más nos costó encontrar ya que fuimos directos a ver el Palacio de la Magdalena.
Conseguimos aparcar al lado de la playa del Camello y nos dispusimos a entrar a la Península de la Magdalena. Estuvimos recorriéndola tranquilamente hasta llegar al Palacio, la visita al interior no nos dio tiempo a hacer pero el exterior mereció la pena ya que la estructura y la fachada era muy bonita. Además, como buena fan que era yo de Gran Hotel (la serie que grabaron allí, espero que os acordéis) la parada era obligatoria de hacer.
Al seguir nuestro camino de vuelta a la entrada principal nos desviamos para ver el parque marino y el parque zoológico de la Magdalena donde pudimos ver focas y pingüinos (ahí he de decir que morí de amor).
Una vez terminada nuestra visita al Palacio de la Magdalena nos fuimos a andar un poco. Fuimos por el paseo que había al lado de la playa del sardinero mientras nos comíamos como no, otro helado Regma (si, nos volvimos fan de ellos).
Una vez terminada nuestra visita por Santander volvimos a Suances y terminamos nuestra última noche de nuevo en el restaurante Momento, el mismo al que fuimos en nuestros primeros días por el norte. Estaba claro que no podíamos irnos sin probar de nuevo sus maravillosas natillas y esta vez su pizza casera que estaba deliciosa.
Y hasta aquí nuestra aventura por tierras cántabras. Si tenéis la oportunidad de ir algún día os lo recomiendo muchísimo ya que como dicen…el norte es otro rollo y desde luego que si os hace buen tiempo, ¡Se disfruta el doble!.
Nosotros ya estamos deseando poder volver y seguir disfrutando de los diferentes pueblos y ciudades que se nos quedaron en el tintero pero que sin duda, algún día veremos.