Caótica, fea, sucia, alborotada, bulliciosa … así te recibí cuando llegué aquí a Santiago, pero descubrí que lo que envuelve al regalo es simplemente una hoja de papel que va directa a la basura. Aprendí que detrás de todas las paredes grafiteadas había alguna historia, que cada cuadra (calle) te podía sorprender y que las distancias se multiplicaban x10 cada vez que hablabas con alguien del país; aprendí a mirar desde el interior y me acostumbré a la esencia que desprende Santiago en todas partes.
Me enamoré de la forma que hablan los chilenos, de cada mural/grafiti que encontrabas a la vuelta de la esquina, de los carretes de los miércoles, viernes o toda la semana, de la usach por las mil y una cosas que ofrece para no aburrirte, de la hora del once con multitud de comida.
De entre todos los defectos que tiene, te acabé encontrando bonito, Santiago, una imensa ciudad capaz de acelerarte el pulso cuando la ves por primera vez y capaz de dejarte con ganas de quedarte.