Cuando pensamos en ciudades plagadas de historia, son grandes capitales europeas como Berlín, París o Roma las que se nos vienen a la mente. En el imaginario colectivo, Sarajevo pasa desapercibida, un detalle más que tenemos que memorizar cuando estudiamos la Primera Guerra Mundial (ya sabéis, esa frase, “en 1914 tuvo lugar el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo que acabó siendo el detonante definitivo para el estallido de la Primera Guerra Mundial”, que todos alguna vez tuvimos que escribir en un examen de historia, pero que pocos realmente nos molestamos en investigar más allá).
Al menos, ese fue mi caso: nunca investigué dónde estaba Sarajevo o por qué era importante, y posiblemente habría seguido así si no haber realizado mi Erasmus en Zagreb y empezado a escuchar el nombre de la ciudad sin parar. Dentro de los Balcanes, Sarajevo es un must see. Todos los Erasmus querían ir, y mis amigos y yo no íbamos a ser menos, así que un fin de semana hicimos las maletas y nos subimos a un tren para descubrir la capital de Bosnia.
Una recomendación que me dio una de mis profesoras y que puedo corroborar: jamás cojáis un tren que se dirija al este de Europa desde Zagreb. Id en bus, alquilad un coche, cualquier cosa menos someteros a los controles fronterizos en un tren que sale del territorio de la Unión Europea. Para que os hagáis una idea, cada trayecto duró catorce horas, cuatro de ellas parados en la frontera que separa Croacia de Bosnia. Aun así, puedo decir que el viaje mereció la pena por la maravilla de ciudad que encontré.
No puedo decir que la primera impresión me maravillase. La zona de la estación y sus alrededores no dista demasiado de lo que puedes encontrar en cualquier ciudad normal de Europa, aunque un tanto más pobre de lo que estamos acostumbrados en España. No obstante, cuando te adentras en el casco histórico, la impresión cambia completamente: Sarajevo es una ciudad de confluencia de culturas y religiones, algo que se aprecia en cada rincón que recorrimos.
Culpo a mi incultura en el tema religioso de esto, pero tengo que reconocer que no sabía que en Europa existiese ningún país de mayoría musulmana y fue una sorpresa descubrir que me equivocaba: Bosnia lo es. Recorrer la zona turca, Baščaršija, para mí fue como transportarme a otra parte del mundo, totalmente diferente a lo que he visto en cualquier otra ciudad europea, y creo que es una de las razones por las que me enamoré tanto de la ciudad y el país en general.
Recorrimos la ciudad con un guía (las maravillas de los free tour, ¿qué puedo decir nuevo de ellos a estas alturas?) y fue él mismo quien nos guio por toda la ciudad, enseñándonos los grandes templos religiosos de la ciudad: la sinagoga de los judíos sefarditas, las iglesias de los ortodoxos serbios y los católicos croatas y la gran mezquita de los musulmanes bosnios, además de la plaza mayor y el puente donde se produjo el famoso atentado que comenzó la IGM.
Sin embargo, no son los sitios a los que nos llevó este guía lo que hace que recuerde claramente ese tour casi un año después, fue su relato de la guerra de los Balcanes y el asedio de Sarajevo. Entre 1992 y 1995, Sarajevo, que encuentra en un valle rodeado de montañas, estuvo asediada por turcos y croatas, que cometieron terribles crímenes contra la población bosnia. Nuestro guía, bosnio, de unos treinta y tantos, incluso nos enseñó una foto suya de aquella época, con ocho años, y nos narró una anécdota escalofriante: su madre no le dejaba salir de casa vestido de rojo, pues era demasiado llamativo y podía atraer la atención de los francotiradores serbios que estaban apostados en las montañas. Mucha gente murió por estos disparos.
Algo que encontrarás también recuerdo de esta guerra si algún día visitas la ciudad son las marcas conocidas como Rosas de Sarajevo, marcas causadas por la explosión de morteros y proyectiles que fueron rellenadas con resina roja en recuerdo de las víctimas fatales. La ciudad está plagada de ellas y destaca la que se ubica en el mercado de Markale, pues el casquillo de la bomba sigue en el suelo y el atentado costó la vida a 68 personas.
Toda la ciudad está plagada de monumentos en memoria de los fallecidos durante la guerra, pues las masacres fueron constantes y las víctimas muy numerosas. Monumentos a los niños fallecidos, a los masacrados en Srebrenica, incluso un irónico monumento a las Naciones Unidas: una lata de conserva fechada en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) como recuerdo de la comida que esta organización envió a la población de Sarajevo durante el asedio. No es de extrañar que los bosnios no tengan gran aprecio a la comunidad internacional.
Sin duda, la guerra está muy fresca casi treinta años después. La relación de bosnios, croatas y serbios es muy hostil, no hay amor perdido entre estos países. Pero no solo está presente en la memoria de la gente o los monumentos, las fachadas de muchas viviendas continúan teniendo balazos, ciertas zonas nunca se han reconstruido de los bombardeos, la mayoría de la bosnia rural está compuesta por casas vacías pertenecientes a personas que huyeron y jamás volvieron y los cementerios están por toda la ciudad.
Muy distintos a nuestros cementerios en España, que se suelen situar a las afueras de las ciudades y pueblos, los cementerios en Sarajevo se encuentran en todas partes, y, a primera impresión, casi no nos percatamos de que las figuras de mármol blancas con forma de estaca son tumbas. Y, aunque puede sonar muy macabro, creo que esta forma de tener presente la muerte puede ser curativa para gente que ha sufrido tanto.
Es imprescindible en una visita a esta ciudad subir a la montaña Trebević, en el teleférico, para poder apreciar en altura toda la ciudad. Las vistas son impresionantes, ya sea las de Sarajevo a nuestros pies o las de las montañas tras Trebević. No era muy caro (nada realmente es caso en Bosnia, si lo comparamos con España) y vale completamente la pena el paseo que hay que darse hasta el teleférico.
Mi recomendación sería hacer un free tour por la ciudad (si sabéis inglés, porque lamentablemente no hay tours en español). Pero, si no tenéis tiempo y queréis ver lo más relevante, tenéis que visitar al menos la fuente Sebilj, la mezquita Gazi Husrev Bey, la catedral ortodoxa, la sinagoga, la catedral del Sagrado Corazón. Y, por supuesto, el Puente Latino, donde ocurrió el atentado contra el Archiduque Francisco Fernando (justo al lado de este podréis ver fotos de todo lo que aconteció en este lugar).
Y, si podéis (yo no tuve tiempo y todavía me arrepiento de no haber sido capaz de buscarlo) visitad el Museo del Túnel de Sarajevo. En este museo se pueden visitar los 20 metros que aun quedan en pie de un túnel de 800. Se construyó durante el asedio conectando la ciudad y el aeropuerto para acceder a suministros básicos y armas y huir de los bombardeos.
Por último, no os podéis ir de la ciudad sin comeros un Cévapi (un plato a la parrilla a base de carne picada que se sirve sobre pan plano con cebollas picadas y kaymak, una crema láctea típica de Bosnia). Ya que los del barrio turco de Sarajevo son los más típicos de toda Bosnia. No recuerdo el nombre y no lo encuentro ahora mismo. Pero buscad un restaurante con una pelota de fútbol en su cartel: nos lo recomendaron como el mejor sitio de cévapis y puedo decir que cumple más que de sobra las expectativas. Y, por supuesto, tenéis que saborear la baklava, un postre turco muy típico de la ciudad. Y tomaros un té en una de las teterías del barrio turco (no sirven alcohol). Por cierto, si queréis una cerveza me temo que tendréis que cruzar la línea que divide el caso histórico de la parte europea para disfrutarla.
Termino con un consejo: cuidado con la gente rara que se os pueda acercar, especialmente los niños, porque tristemente, van a intentar robarte (la situación del país lleva a esta desesperación en ocasiones). Lleva ojo, ten tus pertenencias seguras y disfruta la ciudad, que tiene demasiado que ofrecer para que algo como esto te desanime de visitarla.