Mi viaje a Oporto nació de la casualidad. Mi hermana y yo quería viajar fuera de España y encontramos, de causalidad, una oferta de Ryanair para el país vecino. No habíamos ido nunca y teníamos ganas de conocerlo, así que convencimos a nuestros padres y compramos los billetes para irnos la primera semana de septiembre.Llegamos a la ciudad lusa por la mañana el día 4 y nos dirigimos al pequeño hotel que habíamos reservado. Nos arreglamos y fuimos a investigar el centro. Recorrimos la Rua Santa Catarina, la calle más importante de Oporto, que comienza en la Plaza de Batalha, donde se encuentra la Iglesia de San Antonio de los Congregados, y termina en la Plaza del Marqués de Pombal. Ese día visitamos el Mercado do Bolhao y la Capilla de las Almas, cuya fachada está revestida de azulejos azules. También vimos ese día el Estadio do Dragão, el campo de fútbol del FC Oporto, en la parte alta de la ciudad. Desde allí las vistas panorámicas son espectaculares.
La primera impresión que tuve de Oporto es que la ciudad y sus calles cuentan con un encanto casi mágico. Las pequeñas callejuelas antiguas y el aspecto aparentemente decadente de la ciudad te hacen trasladarte a épocas pasadas. Actualmente, la ciudad entera está siendo reparada, pues el turismo está en aumento, sin embargo, el estilo continúa, las viejas casas con sus brillantes colores conforman un panorama único que apela a la nostalgia por épocas más simples. Oporto es, actualmente, un lugar en el que lo nuevo y lo viejo conviven en armonía, donde se pueden ver lujosos coches a la par que el viejo tranvía que recorre la orilla del Duero, donde grandes restaurantes comparten calle con pequeñas viviendas semiderruidas, donde, sin ninguna duda, las barreras del pasado y el presente se difuminan.
Los cuatro adquirimos billetes para el autobús CitySightseeing para los días 5 y 6. Por 25 euros, hicimos uso de estos autobuses durante dos días y, además, obtuvimos un paseo en barco por el Duero y una degustación del vino típico portuense. Estos buses tienen dos líneas, la azul, que recorre el centro histórico y Vila Nova de Gaia, y la roja, que circula por el centro histórico, Boavista y Foz do Douro.
El primer día, cogimos la línea azul, que nos transportó por todo el centro histórico y nos llevó hasta la desembocadura del Duero, en Foz do Douro, un enclave de gran belleza, cuyos puntos de interés son el Jardim do Passeio Alegre, el faro de Felgueiras, el faro Da Barra do Douro y las playas (Da Luz, Molhe, Homen do Leme, dos Ingleses, Ourigo y Gondarem), rocosas y escarpadas por la fuerza del Atlántico. Comimos unas hamburguesas en el restaurante Peebz. He probado pocas hamburguesas tan buenas y tan baratas, si visitáis esa zona, es un muy buen lugar para comer. El segundo, visitamos el centro y Gaia, que no tiene nada especial, es solo una ciudad normal como cualquier otra.
El día 7 fuimos a la degustación del vino e hicimos la ruta en barco. Contemplamos en todo su esplendor los seis puentes que atraviesan el río Duero: Arrábida, Don Luis I, do Freixo, do Infante, María Pía y São João. Nos sorprendió especialmente el puente Dom Luís I, que une Oporto con Vila Nova de Gaia. Desde el piso superior se puede observar una panorámica del río y los barrios que han nacido en sus orillas.
Dedicamos el resto de los días a ver el centro a pie. Los monumentos y antiguos edificios son abundantes en la ciudad, el casco histórico está repleto de ellos. Caminando por la ciudad, divisábamos gran cantidad de edificios centenarios, de carácter religioso en gran parte, con grandes mosaicos de azulejo en sus fachadas.
Visitamos la Praça da Liberdade, donde se localiza una estatua ecuestre del rey Pedro IV, la Torre de los Clérigos, la Plaça do Infante dom Henrique. En esta en se encuentran el mercado de Ferreira Borges, las iglesias de San Nicolás y San Francisco de Asís, la estatua del Infante y el Palacio de la Bolsa y el río Duero.
Además, encontramos, después de una larga búsqueda con Google Maps, el Palacio de Cristal, una gran cúpula verde que se esconde dentro de unos preciosos jardines. Y que cuentan con miradores desde los cuales se observan la ciudad y el río Duero. Dentro de ellos, además, se halla un gran letrero de Porto, donde nos echamos gran cantidad de fotografías.
Algunas recomendaciones personales son que degustéis los vinos. Y también las francesinhas -un sándwich relleno de varios tipos de embutido portugueses (salchicha, jamón, bistecks de carne), bañado en queso local y salsa- y las natas, unas deliciosas tartaletas de hojaldre y crema típicas.
Por último, en lo que respecta a moverse por la ciudad, tengo que advertiros: Oporto es una ciudad con muchas cuestas. Nosotros nos desplazamos mayormente a pie y en Uber, cuando nuestros pies ya no daban más de sí. Pero merece la pena el cansancio porque es una ciudad digna de descubrirse rincón por rincón…
Celia Navas colaboradora del medio Humans of Madrid
[…] una hora de Oporto nos encontramos con la que fuera capital de Portugal entre los siglos XII y XIII. Caracterizada por […]