En nuestro segundo día, en el paraíso nevadao de Dolomiti, salíamos del apartamento con el sol. Un sol algo escondido tras las oscuras nubes que cubrían el cielo. Las calles estaban congeladas en Dolomiti. El coche patinaba un poco. Sin embargo, no pusimos las cadenas, ya que las carreteras principales estaban en buen estado. Por delante, teníamos muchas horas de coche.
Pusimos rumbo al lugar más famoso de los Dolomitas, el impresionante Lago Di Braies y sus tonalidades turquesas. Al llegar, no vimos un lago congelado por las bajas temperaturas, vimos un manto de nieve inmenso. Nieve que cubría la típica postal del lago. Muchos se decepcionarían al verlo así, pero para mí era una forma diferente de disfrutarlo. Caminamos sobre el lago hasta un curioso igloo que había justo en el centro, L’igloo dei Pihi. Existe una ruta a pie de una hora aproximadamente alrededor del lago, pero hacía demasiado frío para hacerla.
Congelados, empezamos a conducir hacia la parte sur de los Alpes. Nuestro objetivo era pasar por Tre Cime di Lavaredo, tres famosos picos con forma de merlones, pero decidimos omitirlo, ya que el parking costaba 30€ y consideramos que no merecía la pena dado el frío y el mal tiempo que hacía. Así que continuamos pasando por el Lago Misurina, otro lago bastante bonito en verano, pero no en invierno, ya que también estaba cubierto por la nieve.
Pasamos por la Cortina D’Ampezzo, una ciudad famosa por sus pistas de esquí, hasta llegar a una de las paradas más impresionantes, el Passo Giau, un paso de montaña a 2.236 metros que deja sin habla. La nieve llevaba hasta el 1,70m de altura y el silencio era atronador en todo Dolomiti. Estábamos solos. La sensación era de estar en la cima del mundo como diría el grupo Imagine Dragons. Daban ganas de gritar a todo pulmón, pero tampoco era cuestión de que se nos viniese una avalancha encima. Así que nos limitamos a contemplar en silencio la inmensidad del paisaje.
Antes de llegar al hotel, nos quedaba una última parada. Con un paisaje un poco diferente al que llevábamos viendo todo el día, llegamos a Alleghe, una pequeña localidad italiana en un lago lleno de cisnes y patos. Dimos un paseo por la zona, ya que no hacía tanto frío y no había prácticamente nieve. Era día festivo, por lo que no había ni un alma en la calle, así que seguimos disfrutando de la tranquilidad que se respiraba.
Se nos acababa el tiempo, quedaba poco para que el sol se escondiese, así que era hora de dirigirnos a nuestro nuevo alojamiento, Residence Lastei Hotel, en San Martino di Castrozza. Os super recomendamos tanto la zona, como el hotel. La habitación era tipo apartamento con cocina incluida y también tenía spa y gimnasio comunitarios. Nos comimos una piadina en la habitación, como de costumbre y nos fuimos a dormir, porque al día siguiente teníamos varias horas de coche hasta llegar a la ciudad de los canales, Venecia.