Bruselas con Aída Rodríguez

6 años ago
Viajero
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Viajando por Bruselas

Paradójico. Viajar es uno de los mayores placeres que la vida nos brinda, pero elegir el destino al que ir puede acarrearnos verdaderos dolores de cabeza. Por eso los viajes sorpresa siempre me han resultado la mejor opción, como el de Bruselas. Son divertidos, originales, emocionantes y, sobre todo, adictivos. Por eso hoy quiero contaros mi experiencia con una de lasstartup más innovadora y que más éxito está teniendo.

Waynabox ha llegado a nuestras vidas revolucionando la forma tradicional de viajar. Con esta nueva forma de conocer Europa conseguirás que una escapada de fin de semana normal y corriente sea realmente mágica. Y es que desde el primer momento la excitación se palpa en el ambiente al no saber cuál será tu destino. Los nervios te acompañan hasta que por fin llega el ansiado correo en el que, 48 horas antes de que el avión inicie su ruta, te informan del destino elegido entre los doce posibles.

Esa fue la sensación que me acompañó hasta abrir el buzón de entrada. Era mi primer viaje en pareja y cualquier lugar me parecía maravilloso, pero cuál fue mi sorpresa al abrir el mail y ver que mi waynaviaje era Bruselas, la ciudad de la cerveza, el chocolate, los gofres y sede de la Unión Europea.

Después de toda una noche en vela por la inquietud de empezar la aventura, y con unas ojeras que me llegaban hasta las mejillas, llegué a Barajas. Eran las siete de la mañana y allí ya me esperaba Fran con su mini maleta y con su sonrisa, de la que no se deshace ni un segundo. Pasamos el control de seguridad y en cuestión de diez minutos ya nos encontrábamos delante de la puerta de embarque. Despegamos. El vuelo fue muy tranquilo y nada nos impidió disfrutar de la buena compañía y de la buena música. Aterrizamos. Cuando las puertas del avión se abrieron, una ráfaga de aire frío inundó la aeronave. Corrimos hacia el interior del aeropuerto y hubo algo que me llamó la atención. La gran seguridad que había. Cada dos pasos te encontrabas con una pareja de militares armados con metralletas que, en parte te hacían sentir segura y, en parte, temerosa.

Pero sin más miramientos me adentro en la aventura. El hotel estaba un poco alejado del centro y, maleta en mano, hicimos todo el recorrido desde la estación hasta él caminando. Llegamos cansados, pero la habitación, de color predominantemente amarillo, nos devolvió la energía suficiente para afrontar el largo día que nos esperaba. Volvimos dirección centro y desayunamos un gofre con mucho, muchísimo chocolate. ¡Qué bueno estaba! Después fuimos a la Grand Place, desde donde nos dirigimos en busca del símbolo de la ciudad, el Manneken Pis. Y de ahí fuimos a visitar a su novia, Jeanneken Pis, a quien casi nadie conoce. Tras la caminata nuestros estómagos nos reclamaban algo de atención y qué mejor que darles a probar un plato típico. Los mejillones y patatas fritas.

Al día siguiente visitamos la Basílica del Sagrado Corazón, el Parque de Bruselas, la Catedral, y el Atomium. Todos lugares con un encanto especial que embellecen a la ciudad y la visten de elegancia. El transporte a penas lo cogimos, pero he de decir que era muy cómodo, aunque un poco difícil de entender.

En definitiva, recomiendo la experiencia encarecidamente y os aviso que, si vuestro destino es Bruselas, hagáis hueco en vuestros vientres porque entre los bombones, los gofres, las cervezas y los panes de chocolate harán que la báscula aprecie unos kilitos  de más a la vuelta.

Autor: Viajero

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